miércoles, 19 de agosto de 2015

Train

Hay veces que hay que rellenar algunos huecos, borrar de la lista las consecuencias que manchan, disculparse, poner excusas, dar explicaciones. Sé muy bien lo que significa deberle una explicación a alguien, y os diré que, en la mayoría de los casos, no tenemos por qué aclarar a nadie por qué hemos hecho o no hemos hecho algo. Pero otra cosa muy distinta es saber tener cuidado con las explicaciones que nos damos a nosotros mismos. Esas que sí son necesarias para seguir viviendo. Enamoramientos en los que la balanza está visiblemente desequilibrada, días de locuras que pasan factura, vueltas a la misma manzana para no conseguir nada. Sabéis bien de lo que hablo. Creo, pues, que me debo a mí misma una aclaración de esas que se tatúan en la muñeca para que no se olviden nunca. Eso sí, de razón puede que tenga la misma cantidad que de equilibrio mental: ninguna. Pero, a lo mejor, queréis tomar nota:
Eso a lo que llamamos felicidad suena muy sucio en los labios de los que fuman mentiras. Las sonrisas de los paneles publicitarios y las guías de viaje no van a hacerme creer que ser feliz es alcanzar un nivel, una cima a la que se llega habiendo superado una serie de retos que se te cruzan: carrera, éxito, suerte, matrimonio, paternidad, qué sé yo. La felicidad tiene una cara de traviesa que acojona. La felicidad nos tiene a todos cogidos por ese poquito de madera de románticos que seguimos barnizando. La felicidad es como un déjà vu, como esos cuerpos que corren tras unos ojos de película americana en un aeropuerto, con ese "hey, vuelve, te necesito" que nunca podemos probar sin que haya peligro de humillación o de delito, a menos que seamos actores. La felicidad es "inserte aquí un sinónimo de efímero o rebelde".
Todos tenemos un punto débil, muy débil, que se llama "x", y que puede ser cualquier punto de nuestro cuerpo cuando estamos enamorados. Lo sabemos muy bien. Estamos de suerte, parece ser. La felicidad también se enamora, pero no de cualquiera. El día en que la felicidad se enamore de algunos ojos que no sean los del Caos, algún afortunado podrá tenerla de por vida consigo.
Pero al menos compartimos ese poquito con ella. Por eso nos quiere, a veces. Por eso nos acompaña, en ocasiones. También nosotros estamos enamorados del Caos.
Creo que todo esto no va a caberme en la muñeca.

Brücke

No te voy a pedir perdón.
Me ha sonado amarga tu voz
esta mañana,
por debajo de la puerta.
Estaba de oferta,
pero no estaba
en casa
de esa rubia de cara veloz
y de puertas abiertas.
No.
Tampoco te voy a pedir
que vuelvas mañana,
pero tengo otra oferta esta semana:
Voy a romper mi puerta en mil pedazos
i rre gu la re s
para que te cueste tanto hacer el puzle
como me ha costado a mí
echarte de menos.
Vas a olvidar que tengo un nombre
y una casa
que nada tienen que ver con tus entrañas.
Vas a ver que, libre, tú también me extrañas.
Me coloreas de nada. O de todo.
Voy a meterle
un gol
al arcoíris,
vas a morir de angustia
en mi pelo mojado,
vas a quitarte el velo
para volver a la vida cruda,
al frío del suelo.
Vas a volver a dar cuerda
al reloj que nunca funciona.
Pero esta vez vas a tocarle al tiempo las alas.
Créeme.

Altura y otros edificios

El taxista me ha preguntado
si eres actriz, puta o pianista,
-mujer de revista-
viviendo de costado
acostumbrada
a mis coches.
Tienes el problema,
la gran capacidad
de jugar a la vida con mis dados
de hacerme la cama en medio de un espasmo.
Sí, tranquila. Le dije que estás perdida.
Y en vez de cobrarme una fortuna
me invitó a escaparme por el desagüe de la gran ciudad,
tan parecido a la raja de tu camisa.
Tenías color de celos esta mañana.