martes, 31 de marzo de 2015

Japón

31 de marzo de 2015

Busca la primavera:
cuida
de la sonrisa
de tus ventanas.

Holgura

Entre las sogas rectas del reloj
se desliza la mente de un recién nacido,
resbala el cuerpo de una veinteañera
y circulan los ojos de un adulto adormilado.

Ni el que supo con química enamorar
a la dama de sus pesadillas
podrá jamás
hacer un nuevo infinito
entre las garras del vicio
que es el tiempo.

sábado, 21 de marzo de 2015

Atmosphère

Aclarada penumbra
de la sala de conferencias físicas.
Mediodía.
Se respira indiferencia
batida con legumbres.
Se cuentan las horas por venir;
las ya pasadas se relatan.
El curioso rugir del corazón
aviva su llama con el fuego de la cocina.

Olvido murmullos
de la mesa en que debato
sobre vestidos ( y desnudos).
Giro pestañas y mechones amarillos
hacia un techo bien pintado;
así, mi cuello, por ti girando
hasta volver a donde dejaste
anoche
mis manos templadas.

Ahora un triángulo
me quiere como vértice superior:
trío para dos voces
y una ventana.
Un segundo en tus ojos, de lejos,
para comprender de nuevo
que este sábado de primavera real
me regala una luz que vive fuera.

El marco de la ventana
es como un símil de sí mismo:
el Caos profundo, el material gastado.
La madera cuadrada
cree marcar horizontes a las nubes.

Juntos en una geometría
que nos hace cúspides
resbalamos hacia el centro de la vida
por los cristales ahora rotos,
por nuestras pupilas desiguales.

A través de las heridas
podemos ver el cuerpo
dulce y tatuado
del día.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Maritim

A tu lado
los amantes desordenados
 de los grandes obreros de la palabra
quedarían en el cénit tumbados, rendidos
ante el Milagro de la Verdad.

Junto a ti
 en todas las pinacotecas
los marcos de madera
rajarían sus líneas con la vanidad
por no poder tenerte entre sus ramas,
por no poder contener la rabia
y el celo de sus obras interiores
al verte cruzar la galería.

Por ti
jurarían ante sus propios mundos
los padres que juzgaron con órdenes
a sus hijos y a sus empleados,
y cambiarían de margen
las órdenes griegas,
luciendo más curvas de seda
en sus cuerpos de revista sin ideología.

Y si tal cristal que son tus manos
es lo translúcido de la realidad misma,
vivan tus manos y vivan tus dedos
que dejan un rastro de antigua, única y pura
auténtica bondad olvidada.

Pastor

Próximo al amanecer naranja:
imagino gris cuerpo en esquina pegado
no concuerdo a la mente ni a la vida propia.
Poeta recostado sobre pared que le acoge,
joven metáfora sin vitaminas ni fuerza real.

Más

9 de marzo de 2015

Un golpe en la punta no te hace nada,
mirar hacia el fondo, un "no" en el suelo;
cada libro, cada hora es un duelo,
abrirse el cuello, dejar paso a un hada.

El techo, la ropa, ella empapada,
lleno de amapola su azul pañuelo;
las dudas que vierte observar no suelo:
delirios, princesas, vidas pasadas...

Olvídame, dime que no querrás
decirle al oído que no eres mía,
que nunca en tus labios habrá un "vendrás".

Cuida tu alma, lee lo que dolía
atada a tu cama llámame loco;
tu reloj comprobará que mentías.

Mujer amanece

Vives tú en un cuadrado bicolor sin oxígeno.
Ahogas al niño que vuela con capa de sangre viva,
no cobras más que la herida seca de las caídas.
Duermes después bajo la roca de la metafísica primera,
te arropas con el barro de las nubes, de buen marrón tierra;
me acaricias la cara en el púlpito de tus mandíbulas:
le enervas, la cambias, les matas, nos asustas.
Me enamoras.
Sabes que puedes hacer de un salto al vacío
el mejor adhesivo para unir de nuevo las venas cortadas;
mientes si niegas haber soñado que eras un sueño
entre mis espaldas.
Tu cómplice por excelencia me corteja;
tienes tiempo, tienes fuerza,
me metes entre las sábanas teñidas de tu lecho.
Sabes que la mejor aguja es la desinfección de los prejuicios,
afirmas que el peor médico es el armario sin libros.
Eres Eterna.
Eternamente tú en mentes tumbadas.
Ni siquiera tú sabes que abarcas el océano
de todos aquellos vasos de agua
donde las lágrimas probaron suerte al suicidio carnal.
¿Cómo íbamos nosotros a dejar a un lado el temblor
ante tus ojos de plata
si son estos ojos ese lago insípido y brillante
donde acabarán nuestras pasiones, rendidas...?

martes, 3 de marzo de 2015

Digitum

1 de febrero de 2014

La hora de la tesitura del Tenor
llegaba en el cromatismo sin prisas:
la zona media, la Edad Media,
la parte noble del teclado.
Si eran muy agudos, los sonidos no tenían manos
para construir solos la obra de sus vidas;
los alfileres no eran más que repeticiones,
frutos dulces, sabrosos, pero débiles y delicados.
Si eran muy graves, molestaban al oído.
Huían con su voz portátil colgada del cayado,
montaban en sus carros de madera desafinada,
tirados por cuerdas de violín de jazz antiguo.
Los armónicos no querían ser parte de la lista.
Creían llevar en su onda sonora
todo aquello a lo que ni siquiera el piano
entero
llegaba en sus momentos de ebriedad.
Los más altos no querían ayudar a los medianos,
preferían disfrutar poco a poco del orgasmo
de sus virtudes;
se escapaban  de esta fuga
-y no sinfonía-
tutelada por directores de empresa
-y no de orquesta-
Continuaba la función...

Pasar

por el aro de tus incongruencias,
por el nítido hilo idílico
del triángulo de tus pendientes,
por la manecilla del reloj
en equilibrio, sin rendimiento.
Posar, pasar el tiempo que pesa:
pisar la página antes de quemarse
el índice.

Nomen

20 de febrero de 2015

Podrías estar delante, en la Vanguardia.
Podrías no ser un bulto elegante,
podría oír tu voz pegada a mi rímel.

Podríamos estar en nuestra posición social
de ave del paraíso,
en la parte de atrás del ático,
en el pupitre compartido que no sabe cómo dibujarse
para combinar con tu camisa.

Pero, así, puedo esconderte en la cortina de mi pelo,
puedo ser relámpago un rato, oscura otro;
obtusa un momento, aguda al entrar,
para que vuelvas a ser dorado
como el trigo que no me deja ver
el desierto.

Ceci n'est pas une histoire d'amour


La mujer invisible se vistió de oscuro.
Así -pensaba ella- podría olvidarse una noche del poco éxito que tenían sus composiciones, y sacar algo más de partido a lo bien que la habían fabricado ( esta era una frase de la última persona con la que había compartido cama). Había muchas manos que, como amigas de la oscuridad que eran, se mataban por conseguir una visita guiada por el laberinto de sus medias de red.
Con lo que ella no contaba era con que sí que tenía una cara visible; nunca le habían hablado de que, aunque al natural tuviera la piel descolorida, la fuerza de su corazón impregnaba todas las habitaciones en que ella no quería quitarse ni la ropa oscura, ni el maquillaje, ni los zapatos de tacón, por miedo a que la hirieran de muerte. Pero había alguien que la había visto totalmente desnuda, y ella no lo sabía.
La mujer invisible vivía una vida que no era la suya. El ritual de la Creación se les antojaba a sus labios brillante y atrevido si la pintura era roja; la mujer de la sonrisa irresistible -hasta su propio cuello sabía que vivía bajo un tejado de lujo- seguía, en el fondo, convencida de que la crema de chocolate, la saliva o la gelatina de limón hacían mucho más luminosos sus labios. Pero no había tiempo para nada dulce.
La mujer de los ojos pequeños empezaba a llevar las pestañas como enfadadas entre sí, el pecho agitado y las uñas largas y, por consiguiente, se llevaba de vuelta algún que otro ojo verde clavado en la clavícula.

La mujer, la mujer.
La mujer, el hombre.
El hombre, la mujer.
El hombre, el hombre... ese hombre.

El hombre sin espejos buscaba en su billetera una mujer dorada. Esa misma mañana se le había escapado una pizca de azúcar por el borde de la taza.Él ya sabía que ese día se la iba a volver a encontrar. Ella ya sabía que él conocía la delicadeza de su piel, y que, seguramente, iría a buscarla para recuperar las caricias que se había dejado pegadas en ella la noche anterior.
El hombre de los dedos ásperos nunca paseaba por el parque. Si lo hacía era porque quería servirse de la calma que no encontraba ya ni en sus propios hombros. Ya se había cansado de no saber si alguien querría escuchar su secreto, y pensaba en, quizás, tomar clases en alguna academia privada, de esas que se llaman "Mujer de película que no sabe que gracias a ella no hacen falta efectos especiales, porque los edificios se desmayan al verla sonreír". El hombre de las muñecas perfectas se reía al pensar que este era un nombre muy largo para una academia, y que tenía que volver a casa para tomar un café antes de que pudiera empezar a soñar que ella aparecía. El parque estaba desierto.
Pero para entonces, el hombre del sombrero ya había visto reflejada su cara bajo la alfombra roja de los labios de la mujer de la cara pálida.
La mujer del suave abrigo largo y el hombre de la chaqueta de piel han intercambiado un significante y un beso, y han cosido juntos un futuro camino de piel humana para recorrerlo con los dedos de terciopelo.
El hombre de los ojos negros ha desteñido su antifaz; la mujer de las esmeraldas ha llorado lima sobre el papel, para escribir juntos un sofá de hojas color verde botella de calma y mar.
El hombre, desnudo entre las olas, y la mujer, en la espuma de su bañera, respiraban las sales, la marea, la brisa, las rimas,
En el quiasmo de sus extremidades no había ya espacio para viento contaminado.
No eran ya hombre y mujer. Se habían convertido en poema.