Fausto
Llueve
Orfeo
Revitaliza
Muerde
Atmósfera
Ligera
Violeta
Aliviada
miércoles, 29 de abril de 2015
Antiguo
Suavidad nerviosa
al caer suelo abajo
la madera del pupitre agobiado.
Un verso líquido
hincha los bordes,
se escurre por el Japón moderno,
ahoga las motas de polvo
que lograron escaparse;
absorbe el agua que rodea
la áspera tranquilidad de la arena,
que descubre las tinieblas,
que saborea las olas
y la tormenta.
al caer suelo abajo
la madera del pupitre agobiado.
Un verso líquido
hincha los bordes,
se escurre por el Japón moderno,
ahoga las motas de polvo
que lograron escaparse;
absorbe el agua que rodea
la áspera tranquilidad de la arena,
que descubre las tinieblas,
que saborea las olas
y la tormenta.
miércoles, 22 de abril de 2015
μ
Del rincón al centro de la tierra,
de una amenaza a tus brazos en alto,
el clímax asalta al horizonte en un salto;
hacen la paz embrujados por la guerra.
Fruto de un capricho premeditado,
sonríen a las olas ocupadas con sus rizos perfectos,
la mejor de las sensaciones ocupa el sol entero desde la balsa tumbada:
-pero siempre-
-aunque nunca-
-jamás fatal-
Efímero leitmotiv que hasta el último segundo acecha.
de una amenaza a tus brazos en alto,
el clímax asalta al horizonte en un salto;
hacen la paz embrujados por la guerra.
Fruto de un capricho premeditado,
sonríen a las olas ocupadas con sus rizos perfectos,
la mejor de las sensaciones ocupa el sol entero desde la balsa tumbada:
-pero siempre-
-aunque nunca-
-jamás fatal-
Efímero leitmotiv que hasta el último segundo acecha.
domingo, 19 de abril de 2015
Poetamorfosis ("Todo lo conviertes en Literatura") 5
CELESTE
La consulta del odontólogo al que el
chico de la camisa verde deja su dinero a cambio de un arma infalible de
seducción se encuentra en una calle muy estrecha del centro de la ciudad.
En las salas de espera las gargantas se secan, los bolígrafos tiritan,
las revistas se marchitan y los jóvenes miran al techo. Escribe el chico de la
camisa verde un soneto precipitado, llenando su cuaderno del pesimismo que
quiere expulsar de su cerebro.
Ruido atronador de voces vecinas rasgadas.
Una ambulancia aúlla en busca de un paso que le ceden los asustados. En
la esquina, alguien había sido atropellado. Cautivado y horrorizado, con el
pecho abierto, dibuja el chico en el último verso de su soneto un rayo que
rompa la tensión física del accidente.
Aparece la luz celestial más dura, como llamada de emergencia, y da vida
a los autos a ambos lados de la calle estacionados, que vierten su electricidad
sobre la víctima de uno de su propia especie, en un acto humano.
La Poesía remueve la realidad y cocina una mezcla homogénea de pedazos
de tormenta. El chico de la camisa verde aprieta contra su pecho una muestra
clara de su descubrimiento, de su talento, de los futuros elegidos que tiene
entre las venas de sus dedos.
Poetamorfosis ("Todo lo conviertes en Literatura") 4
CÓMODA
Anna Karénina brillaba, ardiente por dentro, en la estantería de madera
que habían comprado unos meses antes de la boda en uno de esos almacenes de
muebles en los que parecen ser puestas a la venta parejas felices, en lugar de
lámparas o sillas tapizadas. Brillaba otra vez. Lucía su imagen la obra, en
pie, soportando un peso digno de una de las mejores obras de la Literatura
Universal.
Aquella madre de familia envidiaba la actitud soberbia del libro. Ella
no habría podido evitar derrumbarse si la hubieran despojado tan de golpe de
sus paredes sentimentales.
Desde el día en que robaron en la casa, todos habían dejado de
contaminar el ambiente con gritos y quejas. Ella lloraba ante una cantidad de
dinero ahora desaparecida; él, escondido en el periódico, lamentaba más la
pérdida de su nuevo ordenador portátil que las horas perdidas con su familia
por culpa de su trabajo en la oficina. Una pareja estancada en el negocio
oscuro no ve ya la claridad ni en las mañanas de domingo, a no ser que una
tormenta apague las luces artificiales de un golpe seco, dejando sin
respiración a todos los problemas.
En el gris oscuro de la noche, brillaba en silencio Anna Karénina. Si el
ladrón se había llevado los demás libros, seguramente no había sido por amor a
la Literatura; de lo contrario, esta obra de Tolstói no posaría ahora en la
estantería. Ante tal muestra de valentía, en un arrebato de pasión volvía
aquella mujer como un tornado al sueño predilecto de su infancia. Empapelando
su hogar con hojas en blanco, no quería dormir esa noche, soñando con poemas
que escribir para devolver algo de optimismo a los suyos.
Las naranjas saben de poesía. También los telefonillos, las fresas con
nata, los espejos empañados y los pañuelos de seda. Y a ellos no les hace falta
un lápiz. La pequeña de la casa había inundado algunas de aquellas hojas
inmaculadas con zumo de naranja que había derramado riéndose en voz muy alta.
Las mariposas estomacales del adolescente que vivía bajo aquel techo también
habían querido componer un collage con sus alas en aquellas hojas. El café y el
té que compartían aquella mujer y su marido sobre el mantel los sábados por la
tarde se habían mezclado en el estanque del jardín para hacer más sólidos los
sonetos que ella había dejado sin acabar.
El color vivo en un hogar contaminado por la naturaleza translúcida. La
felicidad respira y aletea en nuestras manos como un pájaro apretado entre las
rejas de nuestros dedos.
Poetamorfosis ("Todo lo conviertes en Literatura") 3
MINERALIA
La memoria nos juega malas pasadas. Nos pasamos años intentando borrar
la cara de alguien de todo lo que enfocan nuestras pupilas, de todas las
almohadas, de todas las mesas de trabajo. Aun así, nos pesa en la sangre el
recuerdo persistente de una realidad efímera y acabada. A su vez, la memoria es
la aliada infalible de la Genética. Ella es el fondo para un papel
biológicamente pautado.
En la puerta del supermercado de la plaza del Norte, una hermosa figura
treintañera revisa una hoja de papel donde tiene anotadas aquellas cosas que no
debería olvidar hacer o comprar. A su derecha, un hombre con aires de la vieja
Córdoba y vestido con colores llamativos insiste, en vano, en que su nieto deje
el llanto para otro momento.
El poeta que desde el suelo oye con desánimo los rayos del Sol y
sostiene, adormilado, un bebé entre sus
brazos, parece no tener nada más que a sí mismo y a su hijo. Presidida por tres libros rotos, la escena continúa con
dos cartones húmedos, una manta agujereada y unas libretas que flanquean un
cartel: “Una ayuda a los que no tenemos más que la vida quemándonos el
estómago”.
Llora la criatura agua limpia y cargada de poesía heredada. Los
transeúntes aguantan su mirada apenada sobre el cuello erguido. Las lágrimas
besan el suelo, infértil, que al instante reconoce el tacto del Arte que fluye
hacia él. Nace del asfalto diamante en bruto en un intento de deslumbrar
miradas atentas al teléfono móvil, en un conato de romper almas blindadas.
Si es él el más fuerte de entre todos, arde en mí ahora el deseo de que
sepa el diamante atravesar la carne humana por el medio del pecho sin rajar la
piel, para que allí dentro pueda encontrar una morada cálida donde recuperar su
valor verdadero.
Poetamorfosis ("Todo lo conviertes en Literatura") 1
EROS Y PSIQUE
<<“Loco”. Procedente de la
voz *LAUCU o posiblemente de *LOQUI en
Latín. Quizás del Árabe: “alwaq” (plural: “layqa”). ORIGEN INCIERTO
>>. Ni siquiera la Etimología
tiene el valor de descubrir cuándo y
desde dónde han venido algunas realidades para
quedarse por siempre con nosotros, adueñándose de mentes y
corazones.
“¡Estáis todos
muertos!”- gritó.
El portazo había sonado demasiado fuerte.
Tan fuerte como para que todos pudieran pensar en el acto que la sección de
psiquiatría del hospital donde trabajaban se había quedado sin jefe. Había
mucha sangre por el suelo. La sangre derramada es peligrosa debido a los
infartos que sufre el subconsciente al
visualizarla. Pero esta vez no se trataba de un asesinato ni de un accidente de
tráfico. Se había tropezado, pues, el chico pelirrojo encargado de los análisis
de sangre de relativa urgencia en el laboratorio número tres. Seguía rondando
por su cabeza el último verso de Cernuda que había leído a escondidas mientras
esperaba a un paciente que se retrasaba.
Despistado y exiliado también en su propio lugar de trabajo, había
dejado caer al suelo quince recipientes que contenían amapola líquida. La
imagen parecía recién sacada de un cómic: baldosas rojas, cabezas agachadas,
voces desde la sala de espera, gritos de asombro e indignación de las
enfermeras. El hastío del jefe de la
sección de Psiquiatría, quien acababa de hundir algunas de sus penas en un
café, había llegado a su cima con estas últimas gotas de sangre. Se había
marchado.
Nunca había sido un hospital decente, o eso decían los inspectores.
“¡Demasiada sonrisa ante la desgracia!”, solían comentar. “¡Sanidad pública!”,
gritaban las fachadas con colores metálicos. Una pintada en un muro simboliza
la fuerza de todas las manos que se sienten identificadas con lo que expresa.
Una pintada en la fachada de un hospital debería preocupar a los médicos. La
enfermedad social es la más contagiosa de las patologías. El virus del
inconformismo se transmite de boca en boca, de beso en beso, de cama en cama.
La maravillosa reproducción de los poemas y las voces políticas tiene su nido
en la calle.
Pero, aquella semana, todos habían estado especialmente expuestos
al desequilibrio. El enigma de la habitación seiscientos sesenta y seis,
correspondiente al área de Psiquiatría, había sido resuelto. Alguien había
leído aquella libreta privada, en la que el jefe de la sección solía anotar
ideas para futuros poemas, algunas logradísimas frases de amor improvisadas en
horas de trabajo y teorías psicológicas sobre cómo hacer que el paciente de la
seiscientos sesenta y seis recuperase algo de conciencia.
Era esto lo que más intrigaba a los médicos más jóvenes. Nadie sabía
quién era aquel paciente, ni tampoco qué le ocurría para estar allí ingresado.
O, más bien, encerrado y atado a la cama con las cadenas de la droga
terapéutica. Sólo el superior dentro del área tenía permiso para entrar a verle
y poder tratarle. Debía ser un caso muy peligroso o demasiado complicado. Eso
pensaban.
En aquella libreta que alguien había logrado robar, todo estaba escrito.
Tuvieron que toparse veinticuatro veces
con la palabra “revolución” antes de
penetrar en el corazón del cuaderno. Y eso era lo que mejor definía al paciente
misterioso: la revolución la llevaba siempre puesta. Era poeta. Es, de hecho y
aun muerto, poeta. “La poesía no se crea ni se destruye, solo se transforma”.
Eso dijo al entrar en el hospital. Por
eso lo ingresaron. Obsesionado con poner
fin a un soneto inacabado, ardía en la necesidad de ver la muerte en sus manos
y ante sus propios ojos, por amor a un
terceto perfectamente compuesto. Había matado a un amigo. Al único que le
quedaba.
Asombrados, atónitos, asustados, aliviados -en parte- ante la muerte de
este poeta sumergido en la locura más profunda, uno de estos jóvenes y
románticos médicos quiso leer aquella libreta desde principio a fin.
Según lo que allí había escrito, todo se movía muy rápido para el jefe
de la sección de Psiquiatría. Encontraron plasmado en primera persona que se perdía su mente
entre informes cuando se sentía ahogado en el café de las ocho de la mañana. Si
oía “metástasis”, sufrían entonces de metátesis las palabras de amor que tenía
en la cabeza. Si leía “cabeza”, recordaba entonces, una vez más, al paciente de
la habitación sesenta y seis de la planta sexta, y se metía en la nube donde
pensar que había encontrado a un compañero de camino era algo posible y propio
de un hombre cuerdo. Y es que este jefe también era poeta. Hacía su cuerpo
equilibrios entre la música clásica y el Rock y su whiskey “on the rocks” sobre
su mesa de clásico diseño. Nunca se había permitido dejarse llevar del todo por
el dulce sueño de la Lírica, pero hacía un tiempo que pensaba ya más en
paragoges que en paraplejias, en sinestesias que en anestesias, en libros de
poesía que en tomos de Psicología Clínica. Algunos de sus compañeros tenían
para él esta envoltura agradable y suave de los artistas, pero él ahora estaba
loco por lograr hacer de la Poesía el arma de cura para el paciente que había asesinado a su amigo.
Así, de golpe, ahora este paciente ya no tenía realidad física. Se había
llevado toda su poesía al mundo nuevo. Había dejado sin diana al psiquiatra que
quería demostrar que la poesía podía ser la flecha más directa y mejor afilada
de toda la historia.
Unos segundos antes de que el
jefe se marchara para siempre, aquel
joven médico pudo leer que el poeta obsesionado y encerrado había
convertido su gotero en un enhiesto
ciprés que le serviría de amigo espiritual. Había hecho de sus sábanas un mar
con agitado oleaje, y de las listas de su pijama, unas rejas en la ventana que
daba a la calle. Les había dado vida.
“¡Estáis todos vivos!”- gritó.
No hay mejor manera de decir adiós a una vida de desequilibrios que
regalársela en un verso final a todos
aquellos que han intentado sentir en sus venas un poco de esa locura.
viernes, 3 de abril de 2015
Instante
Con cinta roja y cuero
traes la denuncia envuelta;
la tarde ha movido el cabello
para seducir con terremoto
a los automóviles.
Nos gustan las sorpresas.
La bomba que traías
ha explotado en tus manos.
traes la denuncia envuelta;
la tarde ha movido el cabello
para seducir con terremoto
a los automóviles.
Nos gustan las sorpresas.
La bomba que traías
ha explotado en tus manos.
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