sábado, 22 de noviembre de 2014

Ella

22 de noviembre de 2014

   Aquel día en que la Biología y la Genética hicieron de las suyas sin que yo, aún sin voz, pudiera darles las gracias, no estaba muy lejos de aquel otro en que descubrí que los sonidos -también las letras y los ojos grandes- me hacían enloquecer mucho más que cualquier parque con columpios, me trataban como un enamorado celoso que cuida el papel en que le han escrito una carta. La esencia del semitono ya me había tocado un trocito de vida, ya estaba aquella pequeña inquieta en brazos de la polifonía, presa y libre a la vez.
   Después llegaron las primeras instrucciones sobre cómo ese supuesto remolino de mordentes, de azúcar en la voz y en las muñecas iba a llevarnos a la cima, y fue entonces cuando empezaron a intentar -en vano- sostenerme en la red de los que piensan que sólo con  metrónomo funciona el Arte, si bien no creía en los lazos sueltos ni en las sonrisas falsas.
   Mi padre convertía la cocina en una sala de conciertos, mi madre y mi hermana daban aliento al pobre fuego de la chimenea. En mi sala del violín, mi segundo dormitorio, pasé menos horas de la cuenta, y Ella me lo cobraba caro: me hacía llorar y me empujaba hacia el abismo, pero me regalaba, después del conflicto, el clímax, para que la perdonase o quizás para que me enamorase de Ella cada vez más.
   Así, fui creciendo...Disminuyendo en prejuicios, trinando las pasiones, mordiéndome la lengua, fue avanzando mi infancia hasta toparse con la Verdad; me amenazaba y seducía entonces el rubato, el misterio entero de la sinfonía.
  ¡Yo la quería! Me daba otra visión sobre Kant, sobre el café de Sartre, me coloreaba la Revolución Francesa de azul y la americana de rojo coral, me convertía en cine lo que tan solo eran caprichos...
  "No la abandones", "no la dejes", "tienes un don", me decían Machado y Juan Ramón Jiménez. Chopin y Beethoven me miraban fijamente desde los cuadros en que, encima del piano, viven sin estar realmente muertos.
   Llegó el momento y había niebla; supe al instante de quién eran las manos que me llevaban al futuro con que siempre había estado soñando. Quizás esas manos no fueron tuyas en su mayoría, pero es posible que tú fueras toda esa niebla. Fuiste amor, fuiste familia, tardes de cualquier calibre, besos de  todos los sabores. Eres todos los países europeos, todos los poemas, el viento que me da en la cara, eres magia, eres mía.
   Eres cada pequeño cristal en que se rompen los corazones que tú misma partes pero que también reparas. Eres, de raíz y tacto, la forma más loca del Arte.

Música.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Maltrato

A la uña cubierta de esmalte
que se asfixia bajo un manto de estrellas artificiales.
A la suela de nuestros zapatos preferidos,
a las pesadillas de las niñeras
de las princesas de cuento.
A las cuerdas del piano,
que golpeamos, al vengarnos
por los golpes que nos da a nosotros
el invierno; al sufrir
cuando nos golpean las melodías
en el pecho.
A la cáscara de la fruta,
que vivió una vida de choques
para proteger su interior,
y aún así fue separada
de ella misma,
de lo que creía que era
su sustancia.
A las escaleras
de los centros educativos,
de los correccionales,
de las academias,
que empujaron a todos los candidatos,
que se lesionaron ellas
porque los demás llegaran arriba,
pero a quienes nadie jamás quiso
acompañar a la cima.

A todos ellos
un monumento en la Plaza Mayor
de la ciudad de los olvidados:
nosotros mismos
en nuestra dimensión menos lineal.

"Patrós"

29 de octubre de 2014

Hay palabras
que descubren el mundo moderno
por el centro de la ciudad.
Sin embargo,
al adjetivo moderno
no le ha gustado lo de salir de copas,
ni lo de salir bajo la capa
de un antiguo pensador.
El Griego moderno
no duerme conmigo
una de cada dos noches;
la vida moderna
tiene más de moderna
que de vida.
La Edad Moderna
pesa más en la cartera
que el Imperio Antiguo.
Y, ¿qué hacer
si el ánimo de la lumbre
ya no lo enciende cualquiera?
¿Qué decir
cuando unos ojos antiguos
nos miran
con filtros de mujer clara?
Pasa delante;
sigues siendo un guía
ciego
que conserva el sentido del oído y de la morfología,
y al que ahora miro con los ojos
sobre los que siempre había querido llorar.