10:23. 9 grados. 10:23. 9 grados.
La niebla envuelve a lo que aún no tiene cuerpo y nos hace creer que la melancolía nos ayudará a reforzar esas partes de nuestras vidas que siguen en el aire, amorfas pero latentes.
Él sabía bien de lo que hablaba.
Si me gusta la niebla no es solo porque esté horriblemente loca por las metáforas unamunianas, ni tampoco porque sea la nostalgia mi sentimiento preferido de entre los mil que quiero expulsar ahora de mi estómago. Si me gusta la niebla es porque se mete por todas las rendijas: todo lo ve, todo lo siente, todo lo aclara, todo lo enturbia a la vez. Me gusta cuando cabe entre los números del reloj digital de un autobús, porque entonces la veo, ahí, invisible. Veo cómo intenta esconderse sin éxito alguno.
11:52. 16 grados.
Mis canciones favoritas son las que imitan a la niebla y se meten entre las agujas de tu calendario. La música sabe bien de lo que hablo. Niebla particular, ella: conoce mis secretos, me busca las cosquillas.
Pero no podrá, no. No podrá conmigo.
A menos que venga desnuda.
sábado, 28 de noviembre de 2015
viernes, 20 de noviembre de 2015
Metafísica
Nada quiere acordar armonía con el hielo
-química cajón folia peine Venus-,
suena el rubor marítimo como en sus nubes
de espuma infinita, ardor algebraico, consuelo.
Nada puede afirmar que sus partes hicieron planos,
que pactaron con las agujas y los engranajes:
complemento de finalidad rompiendo dedos y baches
-serpientes tallos Evas Adanes-
Nada sin alma envidia a sus dueños
que no pueden comprar pasiones
con relleno.
Nada oculta saber que no sabe ni es
nadie
sin ella.
-química cajón folia peine Venus-,
suena el rubor marítimo como en sus nubes
de espuma infinita, ardor algebraico, consuelo.
Nada puede afirmar que sus partes hicieron planos,
que pactaron con las agujas y los engranajes:
complemento de finalidad rompiendo dedos y baches
-serpientes tallos Evas Adanes-
Nada sin alma envidia a sus dueños
que no pueden comprar pasiones
con relleno.
Nada oculta saber que no sabe ni es
nadie
sin ella.
Spiegel
Saltan de Rusia a Groenlandia
gotas de sueño y angustia
de unos ojos antiguos
y juegan a la comba
con las mías, de ilusión con verdura,
sabor oscuro,
de primer plato, verdadera fachada, tú.
Siente envidia el poema en la pizarra,
viene a buscar al mío, que imita ya en sus figuras
el deseo sexual de los adolescentes.
"No" - les digo.
Imítense, jueguen, compartan.
Pero no suban la escalera.
No hay nada
mejor
que el cielo
de abajo.
gotas de sueño y angustia
de unos ojos antiguos
y juegan a la comba
con las mías, de ilusión con verdura,
sabor oscuro,
de primer plato, verdadera fachada, tú.
Siente envidia el poema en la pizarra,
viene a buscar al mío, que imita ya en sus figuras
el deseo sexual de los adolescentes.
"No" - les digo.
Imítense, jueguen, compartan.
Pero no suban la escalera.
No hay nada
mejor
que el cielo
de abajo.
Post
Toda ventana ha aprendido a soplar
para calmar sus celos.
Los cuartos donde lo hicimos nosotros
cuidan de los libros ahora.
Pierden la vida las motas de polvo,
única realidad física de un encuentro asqueroso
a la luz del día.
Cuántas notas mueren ahora también entre mis dedos
apelmazadas, como hojas de papel mojado.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.
Cuánta razón tenían aquellos poemas,
que jugaban a ser policías
en pueblos donde no existían los criminales.
Cuánta razón.
O razón, o vida.
Ventana, razón.
Luz, cristal, ventana.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.
para calmar sus celos.
Los cuartos donde lo hicimos nosotros
cuidan de los libros ahora.
Pierden la vida las motas de polvo,
única realidad física de un encuentro asqueroso
a la luz del día.
Cuántas notas mueren ahora también entre mis dedos
apelmazadas, como hojas de papel mojado.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.
Cuánta razón tenían aquellos poemas,
que jugaban a ser policías
en pueblos donde no existían los criminales.
Cuánta razón.
O razón, o vida.
Ventana, razón.
Luz, cristal, ventana.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.
Silla
A ti,
silla que ya sí sientes deseo sexual
por tus cargas:
marchita la grafía de su bien hecha partitura,
dame los restos de las palabras
que su infinito nunca expulsa.
A ti, que has hecho un pacto con el diablo
que hay a los dos lados de su columna:
-calor prestado y cobijo incómodo-
abraza sus piernas y envíale un motor
que será más para ti que para nadie,
que será más de lo oculto para ella.
A ti, que le regalas kilos de mentiras,
metros de hilo de película,
litros de planes
que se congelan
tras su lengua:
atrápala.
silla que ya sí sientes deseo sexual
por tus cargas:
marchita la grafía de su bien hecha partitura,
dame los restos de las palabras
que su infinito nunca expulsa.
A ti, que has hecho un pacto con el diablo
que hay a los dos lados de su columna:
-calor prestado y cobijo incómodo-
abraza sus piernas y envíale un motor
que será más para ti que para nadie,
que será más de lo oculto para ella.
A ti, que le regalas kilos de mentiras,
metros de hilo de película,
litros de planes
que se congelan
tras su lengua:
atrápala.
Tinto a tientas
“Siempre sucede lo mismo. Llevas esperando
un año entero a que ocurra; has preparado la sonrisa perfecta para ese momento,
has entrenado a tus neuronas, has soñado incluso con la gloria en que dormirás
la noche después de que eso suceda. Pero luego todo pasa tan rápido que ni te
enteras. El momento que habías diseñado por trozos y milímetro a milímetro se
burla de ti como en ráfaga, demostrándote una vez más que si somos algo no es
más que animales que viven en una jaula cuya llave guarda el tiempo en su
escote de mujer.”
Así pensaba, llorando, el hombre del abrigo
rojo, director general de aquella empresa fatal, minutos antes de que le
arrestaran. Era aquel un sótano triste, propio de un edificio gris de
extrarradio.
Siempre había creído que si algún día les
descubrían, el intentar esconderse aún más, bajo una presión mucho más cercana
significaría una aventura que le cambiaría la vida. Pero cuán lejos estaba de
aquella sensación de aventura ahora. Su imaginación había vuelto a discutir con
la realidad. Tenía miedo.
“Un divorcio no siempre es el mejor antídoto
contra una vida de periódicos grises con manchas de aceite. Si unos ojos
maquillados ya no te miran con la misma fuerza, siempre puedes refugiarte en el
brillo de las luciérnagas. O en el de otros ojos. Si has traído al mundo a
alguien para quien eres un perdedor, siempre puedes poner la excusa de la
pecera de la vida: el dinero, la gran ciudad, el destino, las oficinas, y
compensar la ausencia de la vida misma en ti mismo llevando a tu hijo al cine
los domingos. Pero cuando sientes morir tu pasión por la buena redacción, ese
cielo nublado de ideas por el que tú vas a luchar, para aclararlo y poder decir
que ese azul tan limpio es obra tuya, cuando sientes que algo asfixia tu
potencial y que esa asfixia alimenta a tu cuerpo pero no a tu alma, entonces
estás perdido. Estás muerto.
A menos que sigas a ese tipo, con esa misma
expresión de miedo, de hastío, de hambre de metáforas.”
Así hablaba el hombre del abrigo rojo antes
de empezar a trabajar en aquella empresa clandestina, el mayor grupo de
negocios ilegales de la ciudad donde vivía. Antes de ser su director había
trabajado como periodista, hasta el día en que un vendedor ambulante quiso
reconocer en sus ojos la necesidad de un vuelco para su corazón, de una
aventura nueva, y le habló en voz muy baja de aquel sótano, de aquella empresa,
de un puesto de jefe que había quedado vacío ante la dimisión de un buen
hombre. De aquellas pasiones antiguas que ahora ya no eran más que polvo.
Cenizas.
Durante los dos años siguientes, la sangre
del hombre del abrigo rojo se tornaba cada vez de un color más vivo. No tenía
amor, no tenía amistades, pero había encontrado un modo alternativo de felicidad
dándole pasión subterránea a quienes allí se la pedían. Al principio no hubo
problemas. Pero la paradójica madre de la vida quiere siempre que esta sea
caprichosa e indecisa: en un intento de desmantelar aquel proyecto comercial
ilegal, un par de agentes de policía fueron asesinados brutalmente. La noticia
hirió de muerte a la clandestinidad de la empresa, al hombre del abrigo rojo y
a su familia. Sin trabajo, sin casa y sin corazón, arrastró su abrigo hasta
llegar a uno de esos lugares que nadie conoce pero que todos los románticos
adoran describir, en una tarde de otoño que calificaría un escritor como
melancólica, un enamorado como lluviosa, un optimista como cálida, y una rata
de laboratorio como lo que realmente era: húmeda y desagradable.
Y es que el vino era la droga más fuerte y
peligrosa de entre las ilegales en aquella nación, y la ceguera, su peor
consecuencia. El color melocotón de los atardeceres en la costa con una copa de
esta bebida llena de arena, los escalofríos que corren por las piernas durante
ese primer trago donde ya se han dejado atrás las presiones, las sonrisas
guardadas en el bolsillo del pantalón que solo con una caricia o con una
botella salen a la luz. Todo eso ahora se antojaba como una lista negra de
prohibiciones bajo multa grave. El vino había sido vida pura, y ahora seguiría
siéndolo, pero con esa máscara de ladrón que tanto temen para con sus hijos los
mejores padres de familia.
…………………………………………………………………………………………….
El joven de la camisa blanca había sido el
último cliente, ese mismo día. A punto de perder a su prometida y envuelto en
la burbuja de la embriaguez provocada por algún licor barato, se dirigía al
sótano prohibido con la intención de hacer ver a su chica que, aunque ella
odiase todo tipo de drogas, el vino conservaba en su esencia un poco de esa
magia infantil que tiene todo aquello que sigue virgen, como regalo de la
Naturaleza, aislado del mundo exterior y del futuro incierto, fuerte pero
inocente, portador de ilusión primitiva.
La joven violinista de las mejillas rosadas
había amenazado a su prometido con privarle de un futuro juntos si seguía
teniendo el consumo de drogas en la cabeza. Para disculparse por un ataque de
furia padecido la noche anterior, escribía una pequeña carta de amor en ese
momento en que la muerte en forma de libertad llamó a su puerta.
“Te deseo más que a todos esos semitonos que
hacen chispas en cada melodía que interpreto. Temo que te vayas mucho más que a
esas pesadillas donde descubren que la música es también una droga y soñar se
vuelve a convertir en un castigo. Pero, si conmigo quieres ser eso a lo que tú
llamas “príncipe” y a lo que yo llamo “hombre”, has de saber que amo mucho más
la calma en tus brazos que la química artificial en tu sangre. Espero con
angustia el día en que el amor y la verdad demuestren a todos que ellos pueden
ser la única droga existente, derrumbar solos todos los edificios, que tienen
la fuerza suficiente como para ser en su plenitud. Ansío las estrellas, ansío
la verdadera vida, donde no hay más droga que el Arte, que lo salvaje, que tus
ojos.
M”
Así acababan su carta y su vida. Perseguido
por la autoridad y con esa última botella de vino en su mano derecha, el hombre
de la camisa blanca entraba en su apartamento y cerraba la puerta muy rápido,
ante la mirada de asombro de ella.
En los siguientes instantes todo quería
suceder así, muy rápido. Pero el vino en sus cuerpos pulsó el botón de la
cámara lenta: bajo el leitmotiv de los latidos agitados y con una banda sonora
de golpes de “abran la puerta de una vez” repetidos, los amantes coloreaban de
negro el final de sus vidas. Nunca nadie pudo inventar su muerte de una forma
tan joven.
Llega un momento
de la vida en que la ceguera se apodera de las pasiones. Amor a ciegas,
sobredosis de vino, pérdida de la visión.
Camisa blanca, mejillas rosadas. Y, a
tientas, morir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)