A la uña cubierta de esmalte
que se asfixia bajo un manto de estrellas artificiales.
A la suela de nuestros zapatos preferidos,
a las pesadillas de las niñeras
de las princesas de cuento.
A las cuerdas del piano,
que golpeamos, al vengarnos
por los golpes que nos da a nosotros
el invierno; al sufrir
cuando nos golpean las melodías
en el pecho.
A la cáscara de la fruta,
que vivió una vida de choques
para proteger su interior,
y aún así fue separada
de ella misma,
de lo que creía que era
su sustancia.
A las escaleras
de los centros educativos,
de los correccionales,
de las academias,
que empujaron a todos los candidatos,
que se lesionaron ellas
porque los demás llegaran arriba,
pero a quienes nadie jamás quiso
acompañar a la cima.
A todos ellos
un monumento en la Plaza Mayor
de la ciudad de los olvidados:
nosotros mismos
en nuestra dimensión menos lineal.
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