sábado, 11 de julio de 2015

Parte a parte

Una cuerda oscura y tus dedos
me ataron al árbol de la esquina:
te hiciste oftalmólogo
solo para graduarme la vista
a medida,
para mantener mi cabeza
girada hacia las estrellas que (me) compraste pidiendo un crédito.
Eso me contabas.
Gilipolleces.
El absurdo apartamento
de las cosas inevitables
con las que se puede hacer un verso:
como el ángulo de tu entrepierna
cuando jugamos a ser animales
aparcados bajo una señal
que prohíbe la parada
-no pares
de estar tan ciega-;
como tu expresión de rabia
cuando hablo de las maravillas
de la pintura moderna:
mezcla explosiva
de colores de carmín,
arcoiris batidos
en el cielo de la boca
como paleta;
como una cáscara de nuez
que muere con un solo
golpe
de
razón:
cerebros nuevamente
al descubierto.
Así, tan de libro de poesía
así te largas,
diciendo en silencio
que volverás a pegarme un tirón
para robarme la noche.


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