Domingo de invierno. Su
despertador suena muy temprano. Parece que quisiera que el frío matutino no dejara
nunca de llevarle al mundo de sus relatos.
Sus domingos saben a crema de verduras.
“¿Y si la ilusión se cansara de acompañarme…?”
Ensimismado, enamorado de sus
historias, tropieza con el pesimismo y cae su corazón a la olla donde cuece a
fuego lento el calabacín.
Las cuatro en punto.
Su corazón sigue hirviendo ante los ojos de su dueño. Pero a fuego lento jamás
acabará calcinado.
Eso quería él: calor suave para mañanas donde el frío no se preocupa por
la vida. Aire respirable en aquel apartamento asfixiante; la desoladora
historia del canario soprano ahogándose en el plástico de una jaula.
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