"Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera".
Al igual que desde la ventana de mi habitación veo pasar transeúntes, alguna que otra hoja marrón y papeles pisados que vuelan no muy alto, puedo divisar otro paisaje más profundo sentada en uno de los sofás del cuarto de estar. Siempre que escojo un libro y tomo asiento en mi lugar favorito, mis ojos tienen tiempo para abandonar un momento la lectura y fijar, una vez más, la atención en este cuadro, colocado en la pared. Una casa, un faro, verde, amarillo, y muchos recuerdos... Una familia habita esa vivienda. Asumen su pobreza pero no sus dificultades personales, pues quieren superarlas juntos. Viven, conviven, sobreviven; el color amarillo fuerte del campo que rodea su hogar es el lugar preferido de juego de dos criaturas de seis años. Son felices, o lo intentan, o tienen actitud ¿Y si las familias felices se parecen porque parecen ser felices? En esta casa, junto a este faro, tan originalmente iluminada por el Sol, vive una familia supuestamente desgraciada que tiene un secreto para ser diferente: luchar sin olvidar salir a jugar juntos sobre el prado.
Después de haber contemplado un día más esta obra de arte, miro alrededor y me siento, como siempre, tan dentro de mi familia que nada ni nadie podría robarme esos quince minutos de domingo por la noche. Abro el libro de nuevo.
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