MINERALIA
La memoria nos juega malas pasadas. Nos pasamos años intentando borrar
la cara de alguien de todo lo que enfocan nuestras pupilas, de todas las
almohadas, de todas las mesas de trabajo. Aun así, nos pesa en la sangre el
recuerdo persistente de una realidad efímera y acabada. A su vez, la memoria es
la aliada infalible de la Genética. Ella es el fondo para un papel
biológicamente pautado.
En la puerta del supermercado de la plaza del Norte, una hermosa figura
treintañera revisa una hoja de papel donde tiene anotadas aquellas cosas que no
debería olvidar hacer o comprar. A su derecha, un hombre con aires de la vieja
Córdoba y vestido con colores llamativos insiste, en vano, en que su nieto deje
el llanto para otro momento.
El poeta que desde el suelo oye con desánimo los rayos del Sol y
sostiene, adormilado, un bebé entre sus
brazos, parece no tener nada más que a sí mismo y a su hijo. Presidida por tres libros rotos, la escena continúa con
dos cartones húmedos, una manta agujereada y unas libretas que flanquean un
cartel: “Una ayuda a los que no tenemos más que la vida quemándonos el
estómago”.
Llora la criatura agua limpia y cargada de poesía heredada. Los
transeúntes aguantan su mirada apenada sobre el cuello erguido. Las lágrimas
besan el suelo, infértil, que al instante reconoce el tacto del Arte que fluye
hacia él. Nace del asfalto diamante en bruto en un intento de deslumbrar
miradas atentas al teléfono móvil, en un conato de romper almas blindadas.
Si es él el más fuerte de entre todos, arde en mí ahora el deseo de que
sepa el diamante atravesar la carne humana por el medio del pecho sin rajar la
piel, para que allí dentro pueda encontrar una morada cálida donde recuperar su
valor verdadero.
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