Es atrevido para alguien como el cartero
mirar por la rendija,
asomarse por la ventana;
levantar la persiana, levantar polvo,
levantar a los niños de la cama.
No se trata ahora de poner sobre la mesa
el tema de su sueldo o de su falso peinado,
ni de reprocharle a su madre
el haberle dejado por sus fallos
en unos años en los que importaban más
las estrellas y la ginebra
que el café y la luz del flexo.
Él ahora no piensa en otras plantas
pero sigue viendo la matemática en las ruedas de su carro.
Y cuando lo vemos por las callejuelas
- Roma está todo lo cerca que queramos-
con el humo de su motocicleta dibujamos en el cielo a su dama,
e inventamos un personaje de película.
Es difícil no imitar a los grandes.
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