1 de febrero de 2014
La hora de la tesitura del Tenor
llegaba en el cromatismo sin prisas:
la zona media, la Edad Media,
la parte noble del teclado.
Si eran muy agudos, los sonidos no tenían manos
para construir solos la obra de sus vidas;
los alfileres no eran más que repeticiones,
frutos dulces, sabrosos, pero débiles y delicados.
Si eran muy graves, molestaban al oído.
Huían con su voz portátil colgada del cayado,
montaban en sus carros de madera desafinada,
tirados por cuerdas de violín de jazz antiguo.
Los armónicos no querían ser parte de la lista.
Creían llevar en su onda sonora
todo aquello a lo que ni siquiera el piano
entero
llegaba en sus momentos de ebriedad.
Los más altos no querían ayudar a los medianos,
preferían disfrutar poco a poco del orgasmo
de sus virtudes;
se escapaban de esta fuga
-y no sinfonía-
tutelada por directores de empresa
-y no de orquesta-
Continuaba la función...
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