Protegidos por una escolta
de finas hebras negras de noche,
han salido a mi encuentro, como en círculo,
esos ojos ilusos color de tierra.
Sobre algunos libros de idiomas y álgebra
ya había llorado yo antes
la intermitencia
de unas galaxias paralelas.
Hojas de cuadernos y muecas de amigos
detenían mi impulso;
me frenaban y avivaban
la llama
a la vez.
"Ni aunque montañas de libros
ayuden a mi melancolía
a atraparme entre mis propias páginas",
me dije, sonriendo.
Con esa sonrisa que había memorizado
mi locura;
con esa vida interna renovada
que había aprendido y ensayado ya
hacía mucho tiempo.
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