jueves, 28 de mayo de 2015

Simple

Y ahí siguen.
Ahí, aquí. 
Aquí dentro.
Los paradigmas verbales, las fuerzas del público, las murallas de las ciudades, las flores de un jardín con una hierba que jamás volveré a fumar. Los contrastes. Las veces en que me perseguía el calor subiendo la calle, las habitaciones prohibidas del cerebro donde guardamos, bajo llave, las fantasías cosidas con hilo las noches claras, los piropos que no echamos a unos ojos que se merecían una antología, de esas que luego tienen un título del que todos pretendemos huir.
Los misterios. Las veces que conseguimos pisar más fuerte que el insomnio, las raíces cultas, las palabras patrimoniales, los arcos perfectamente construidos de la catedral que tenía esa vidriera que nos guiñó un ojo aquel verano. Las batallas que perdimos, las letras de los periódicos que difuminamos con nuestra indignación e impotencia, las motas de polvo a las que salvamos la vida abriendo la ventana de madrugada.
Y aquí seguimos, nosotros.
Encerrados con el tiempo en esta balsa mal cortada con paredes transparentes.
El tiempo nos empuja, como un mal compañero. 
Siempre confiamos en él para que nos sacara de esta cárcel.
Siempre le confiamos nuestros mejores secretos al oído.
Y al final nos ha cogido cariño. Nos quiere regalar un poco de eternidad.
Y es entonces cuando vivimos. A costa de su empatía, abrimos los ojos, vemos que hay tantas montañas a las que aún no hemos subido, tantos labios perdidos, tantos caminos,tantas bibliotecas, tantos relojes, tantas máquinas que se tragan nuestros recuerdos.
Nos lleva después el tiempo de copas, y nos emborracha con la idea de progreso. Bajo el efecto de las drogas afirmamos tener la nueva y definitiva solución para romper las rejas de esta jaula; bajo el cielo de la noche nos deja el tiempo besarle el cuerpo etéreo y vaporoso.
Pero después, llega el día. Y seguimos.
Seguimos recordando que teníamos caricias guardadas en armarios a los que han dado fuego, seguimos llorando en medio de una hoguera que no nos hace cenizas, que nació de un reflejo que nos regaló la vida y nos quemó los ojos.
Entonces gritamos, como a contracorriente, e intentamos salvar nuestras costumbres, aquellos orgasmos, el olor a naranja de unas manos invisibles que se colaron en nuestros bolsillos.
Pero para ese momento ya estamos todos solos.
Y, al final, eso es la vida:
una sola y única flecha envenenada
que nos apunta con una pasión continua intermitente.

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